La semana pasada, la Unión Europea decidió asimilar el hidrógeno rosa al verde dentro de la estrategia de descarbonización del transporte. La decisión no ha estado exenta de polémica, ya que, a diferencia del hidrógeno verde, que está producido exclusivamente por energías renovables, el rosa recurre a otra fuente menos neutra para el planeta.
Pero los plazos se agotan y los objetivos europeos en cuanto al acuerdo ecológico son ambiciosos. En 2030, el 42% del hidrógeno producido en el continente deberá extraerse de fuentes renovables o, en su defecto, de bajas emisiones en carbono. Una exigencia que se incrementará hasta el 60% tan solo cinco años después.
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Por ello, urge buscar soluciones. Los responsables de la UE han tomado la decisión de contar con el llamado hidrógeno rosa para poder alcanzar sus propósitos.
Este recurre a la energía nuclear para obtener hidrógeno a base de descomponer agua por hidrólisis, un proceso que no libera emisiones nocivas para la atmósfera pero sí residuos radioactivos de difícil eliminación. Al contrario, el verde utiliza para su producción las energías renovables como la solar o la eólica.
Hidrógeno gris
Salvando este inconveniente, el hidrógeno rosa resultará eficaz para conseguir la descarbonización en el transporte y reducirá de forma significativa la dependencia del hidrógeno gris, obtenido a partir del gas, una energía fósil y cuya utilización libera grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera.
Lo cierto es que en un futuro próximo el hidrógeno se va a convertir en uno de los principales vectores de energía en el transporte. Y no solo va a servir para alimentar las pilas de combustible de los automóviles, sino que también se va a extender su uso en el transporte pesado. Tanto en camiones como en barcos, que utilizarán una tecnología similar basada en el hidrógeno.
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