La evidencia de que los coches entran por los ojos es tan consistente que ni los más sesudos expertos en automoción se atreven a cuestionarla, básicamente porque es el cliente quien siempre tiene razón y sus preferencias apuntan en este sentido. Un diseño acertado es la mejor tarjeta de presentación para cualquier modelo y el Toyota C-HR es un magnífico ejemplo de ello.
Se trata de una suerte de SUV compacto con un envoltorio realmente espectacular: atrevido, musculoso, deportivo y original. Es así como ha conquistado a muchos automovilistas (supera las 9.000 unidades matriculadas en España en los diez primeros meses de este año), al amparo también del fenómeno de los todocaminos, aunque en su caso las limitaciones para salir del asfalto sean incluso mayores que en algún turismo convencional por la reducida altura libre al suelo de la que dispone, un inconveniente claro si se pretenda afrontar el más mínimo reto campero (para eso resulta mucho más aconsejable su hermano RAV4). En todo caso, tiene aspecto de SUV… y de los más llamativos que se pueden comprar en su franja de precio, entre 27.000 y 33.000 euros (sin tener en cuenta promociones).
Con esa carrocería tan especial, con una silueta próxima a la de un cupé, y una longitud total de 4,36 metros no se debe esperar una habitabilidad encomiable, sobre todo en las plazas traseras (tampoco en la capacidad del maletero, que cubica 377 litros). Los acabados disfrutan de la calidad típica de los productos japoneses en general y de Toyota en particular, muy correcta en todos sus detalles y complementada por un equipamiento de seguridad en todas las versiones a tener en consideración porque quienes prioricen este aspecto, que deberían ser todos los conductores: alerta de cambio de carril, sistema precolisión con detección de peatones, reconocimiento de señales, programador activo de velocidad o encendido automático de luces (incluyendo las largas).
Otra de las bazas principales del Toyota C-HR es disfrutar de las ventajas de la tecnología híbrida de Toyota. Combina su motor de gasolina de 1,8 litros con otro eléctrico que se recarga con la energía cinética del vehículo para alcanzar una potencia total de 122 CV, con consumos bastante ajustados (3,8 litros a los 100 kilómetros según la homologación del fabricante, que pueden estar por debajo de 5 en condiciones de utilización real) siempre que las baterías puedan abastecer al propulsor correspondiente.
Es algo que ocurre con más facilidad en un uso urbano que circulando por carretera, porque en caso de exigir el máximo rendimiento del propulsor térmico el gasto deja de ser tan aquilatado. Rodando a buen ritmo por trazados revirados y con desnivel, acelerando con decisión en una conducción de matices deportivos (la dinámica del chasis además lo permite: chasis, suspensiones, dirección y frenos cumplen con buena nota) es fácil que la cifra supere los 7 litros a los 100, que ni siendo una cifra disparatada sí evidencia que sin apoyo eléctrico la eficiencia, claro está, pasa a un segundo plano.
Lo que sigue sin convencernos es el cambio automático CVT de transmisión continua, en absoluto refinado y por el contrario ruidoso y con vacíos de entrega en la fase inicial de aceleración. Una lástima, porque por lo demás el coche se comporta, como señalamos, realmente bien en cualquier tipo de carretera.
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