Con la llegada del invierno, muchos conductores pasan por alto una de las comprobaciones más rápidas, sencillas y baratas para el buen funcionamiento de su coche: la presión de los neumáticos. ¿Tiene que ser diferente durante los meses más fríos?
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Lo cierto es que los cambios bruscos de temperatura provocan una peligrosa pérdida de presión. ¿La razón? El frío hace que el aire del interior se contraiga paulatinamente. Esa reducción en los bares afecta al agarre, al desgaste y al consumo de combustible: según las estimaciones, puede incrementarse entre un cinco y un 10%.
Este fenómeno es más crítico cuanto más frío hace: a menos temperatura, más pérdida de presión. Tanto es así que por cada cinco grados que cae el mercurio de un termómetro, los neumáticos del coche perderán 0,07 bares.
Tal y como recomiendan los expertos, hay que revisar la presión de los neumáticos, como mínimo, una vez al mes. En la época más fría del año se aconseja realizar esta operación cada dos semanas: sobre todo después de noches muy frías o antes de viajes largos. Se debe hacer cuando estén fríos: después de haber estado parado, al menos, dos horas o haber recorrido menos de tres kilómetros.
¿Presión extra en invierno?
Cada fabricante recomienda una presión concreta para sus vehículos: esta información suele aparecer en el marco de las puertas, pero también en la guantera, el parasol del copiloto, en el depósito del combustible o en el manual del propio coche. En invierno, para contrarrestar la pérdida de presión a causa del frío, se pueden sumar 0,2 bares.

Eso sí, hay que aplicar este extra con cuidado. ¿La razón? Unos neumáticos con una presión superior a la recomendada suponen, también, un peligro. Por un lado, las ruedas se desgastarán de forma irregular y causará daños en la estructura. Y, por otro, al haber menos contacto, filtrarán peor las irregularidades y los baches.
Cuidado con la presión baja
Una presión por debajo de lo recomendado por los fabricantes juega en contra de la seguridad del conductor. Cuando un coche circula con unos neumáticos cuya presión es inferior a la recomendada por el fabricante, se producen daños en el interior de las ruedas: sobre todo, en la carcasa. Además, se desgastarán más rápido.

Estos desperfectos no son la única consecuencia negativa. Con una presión más baja, el conductor no tendrá el completo control del vehículo: aumentará la distancia de frenado y perderá agarre en las curvas.
Y por si esto fuera poco, las posibilidades de sufrir un pinchazo son mayores: unas ruedas en estas condiciones son más vulnerables a cualquier objeto que haya en la calzada, a los bordillos o a los badenes y resaltos.
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