Walter Owen Bentley vino al mundo en Londres en 1888. Hijo de una familia adinerada, desde joven se interesó por las entonces revolucionarias máquinas de vapor, por lo que estudió ingeniería en el Great Northern Railway de Doncaster.
Posteriormente, comenzó a trabajar para los ferrocarriles británicos y, fascinado por las carreras, adquirió una moto Quadrant con la que se inscribió en las 400 Millas de Londres a Edimburgo. Un comienzo muy prometedor pues ganó la medalla de oro en la prueba, un triunfo que le animó a participar en otras competiciones tanto de dos como cuatro ruedas.
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El deporte automovilístico ya sería una pasión que le acompañaría toda su vida y que definiría sus grandes aportaciones al mundo de la industria del automóvil. Actividad que inició junto a su hermano en 1910, a la edad de 22 años cuando adquirió un garaje para especializarse en coches deportivos y a la vez ser concesionario en Inglaterra de la marca francesa Doriot-Flandrin & Parant.
Motores de aviación
Sin embargo, y como a millones de ciudadanos, el estallido de la Primera Guerra Mundial trastocó los planes de la incipiente empresa. Aunque fue para bien, como pudo comprobar más adelante.
Durante el conflicto, Bentley se incorporó a filas como capitán en el servicio aéreo de la marina británica. Y en ese destino contribuyó con sus valiosos conocimientos de ingeniería para desarrollar motores para los aviones de combate, una novedad que confirmó su relevancia militar durante aquella contienda. En concreto, diseñó las mecánicas Bentley Rotary (BR.1 y BR.2) que aportaron más fiabilidad y potencia al Sopwith Camel, el aparato británico que más se distinguió en la guerra.
En agradecimiento, el gobierno gratificó su aportación a la victoria con 1.000 libras, más otras 8.000 por los derechos de su patente. Dinero que supuso un impulso decisivo para el animoso emprendedor y le permitió fundar su propia marca, Bentley Motors, en 1919.
Primer modelo
Siguiendo su instinto y su ya considerable experiencia, el joven William tenía las ideas muy claras sobre lo que quería hacer: crear un coche rápido, de gran calidad y que fuera el mejor entre todos los de su categoría. Se puso a la tarea y, para lograrlo, recibiría el apoyo de su hermano Horace, igualmente entusiasmado por el proyecto.
El resultado tardó casi un año en tomar forma en el taller de Cricklewood y se materializó en el prototipo Experimental Número 1 (EXP 1), primer coche Bentley y que llevaba una revolucionaria mecánica 3.0 de cuatro cilindros. Enseguida recibió grandes alabanzas por parte de la prensa especializada y un segundo prototipo mejorado, el EXP 2 estuvo listo en un tiempo récord para ser expuesto en el Salón del Automóvil Olympia de Londres.
Desde ese momento, los Bentley ya se distinguieron por su exclusividad. Y también por su elevado precio, ya que como se comentaba por aquella época, “Un Bentley cuesta lo que tres casas”. Una circunstancia que no restó empuje al proyecto y al que en 1925 se sumaron enardecidos seis distinguidos amigos del fundador.
Los ‘Bentley Boys’
Se trataba de Woolf Barnato, Sir Henry Birkin, George Duller, Glen Kidston, Sammy Davis y el doctor Dudley Benjafield, que formaron un famoso grupo que pasó a ser conocido como los ‘Bentley Boys’. Entusiasmados por la pasión que les unía, se unieron a la marca no solo como socios, sino también como ingenieros, mecánicos y pilotos de la escudería Bentley.
Se inició entonces una época gloriosa para Bentley, que consiguió ganar seis veces las 24 Horas de Le Mans (cuatro de ellas consecutivas entre 1927 y 1930) y culminaría ese mismo año con la victoria del nuevo modelo Bentley Speed Six en la histórica carrera que enlazaba la localidad francesa de Cannes y Londres.
Sin embargo, después de aquellas espectaculares victorias deportivas y a la consecución de un merecido prestigio internacional como marca, durante la década posterior surgieron problemas financieros que pusieron en peligro a la empresa. Los costes de desarrollo para mantenerse en la vanguardia del automovilismo se habían disparado y la inversión casi la llevan a la quiebra.
Cambio de propietario
Entonces, uno de los Bentley Boys, el millonario y piloto de carreras Woolf Barnato la adquirió por 100.000 libras para salvarla, pero también para poder seguir disfrutando de aquellos extraordinarios coches que tantas victorias le proporcionaban sobre la pista.
Una solución que resultó pasajera pues los problemas económicos continuaron agravados por la Gran Depresión, por lo que Rolls-Royce se decidió a comprarla, cerrando a continuación la fábrica de Cricklewood para evitar una nueva inyección de capital por parte de algún otro fabricante interesado y librarse así de tan peligrosa competencia.
En las décadas posteriores Bentley fue prácticamente eclipsada bajo el dominio de Rolls-Royce, que la mantuvo viva, pero en un segundo plano, arrebatándole toda su genialidad y adjudicándole modelos que terminaron siendo meras réplicas de los propios.
El rescate de Volkswagen
Aquel letargo forzoso se prolongó hasta 1998, cuando el grupo alemán Volkswagen absorbió ambas marcas británicas. Y tras vender Rolls-Royce en 2002 a la también alemana BMW, se centró en Bentley para revivirla ese mismo año con el lanzamiento del Continental GT, un digno heredero del lujo deportivo que había hecho famosa a la marca y que cosechó un gran éxito comercial.
A partir de entonces se suceden otros modelos, con un importante trasvase de la última tecnología Volkswagen, como los Arnage y el Mulsanne. Hasta la llegada en 2015 del Bentayga, el SUV más rápido, potente y lujoso en aquel momento. Y fue todo un acierto ya que permitió recuperar definitivamente la rentabilidad y el prestigio de la marca, ahora con base en la localidad de Crewe (Reino Unido).
Bentley esta llevando a cabo su electrificación y la gama actual se compone del SUV Bentayga (también disponible con carrocería larga EWB), el sedán de lujo Flying Spur y la berlina cupé deportiva Continental GT, que dispone de una versión descapotable GTC.
Son todos unos coches de última hornada y que reciben lo mejor de la tecnología desarrollada por el grupo Volkswagen. Pero que heredan el ADN original de esta marca tan especial y que es representado por su logotipo, un emblema que fue concebido personalmente por el propio Walter Bentley.
A ambos lados de la inicial de su apellido quiso representar por medio de dos alas desplegadas su admiración por la aeronáutica, a la que tan bien había servido como militar durante la guerra, pero a la que también se sentía muy agradecido puesto que le había posibilitado fundar su propia marca. Un siglo después, Bentley sigue fiel a sus principios en lo que se refiere a destacar entre lo más granado del automovilismo.
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