Industria, medicina, joyería, electrónica de consumo. Los rayos láser se utilizan ya en múltiples campos y permiten gran variedad de aplicaciones: desde el corte de planchas metálicas hasta las operaciones oculares, la lectura de datos informáticos y el tallado de piedras preciosas. Su potencia y precisión pueden ajustarse al milímetro.
Los láseres han llegado también al automóvil, en forma de herramienta de escaneo del entorno para informar a los sistemas de seguridad y también en faros vanguardistas que doblan e incluso triplican el alcance de los sistemas de iluminación conocidos, ya sean halógenos o con luces led.
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Pero un nuevo y llamativo uso de estos rayos en los coches puede estar gestándose: utilizarlos para limpiar los cristales y acabar así con las escobillas tradicionales.
El caso es que Tesla ha registrado una patente sobre esta posible innovación, y la empresa Carglass, especializada en cristales para automóviles, se ha hecho eco. La evolución técnica del sector y los modelos invita a pensar que casi cualquier cosa es posible, pero varios interrogantes planean todavía sobre esta pequeña gran revolución.
En teoría es posible, sí, pero en la práctica no tanto. Para empezar, por el coste, y para seguir, por la eficacia de funcionamiento. Además, registrar una patente equivale simplemente a proteger una idea o un concepto técnico, y no implica que se vayan a destinar inversiones posteriores para el desarrollo, producción y comercialización del producto en cuestión.
Los rayos láser, si son sencillos, como el lector de un disco duro o los que se utilizan en casa para medir espacios, salen relativamente económicos. Pero, uno capaz de generar energía suficiente como para limpiar el cristal de un coche con solvencia, en movimiento, con frío, calor o lluvia, requiere una sofisticación superior que eleva el coste.
Los rayos láser más avanzados pueden aportar una precisión de trabajo nanométrica y gran potencia de acción, pero suelen estar acoplados a maquinaría fija y utilizarse en entornos controlados. La maquinaría puede ser estática o dinámica, como un radar láser de velocidad u otra con brazos articulados de control electrónico, que guían el haz de radiación sin que les tiemble nunca el pulso.
Solo en algunos casos muy concretos, como las pistolas láser que se utilizan para borrar tatuajes, por ejemplo (de menor potencia), están manejados directamente por humanos.
En el coche, los rayos láser se situarían en la parte superior de la luneta, y barrerían toda la superficie para mantenerla limpia. Y lograrían despejar el 100% del cristal, sin dejar las esquinas sucias como sucede con los limpiaparabrisas actuales.
Curiosamente, Tesla ya patentó otro sistema antes, todavía mecánico y con escobillas de goma, pero que podría mejorar a los actuales: consiste en una barra con la misma anchura del cristal que sube y baja por carriles electromagnéticos y limpia así toda la superficie.
Los limpiaparabrisas nacieron junto con las lunas delanteras a comienzos del siglo XX. Y Ford, en 1969, fue el primer fabricante en montar un sistema mejorado que es, básicamente, el mismo que se sigue utilizando hoy, con funcionamiento intermitente y varias velocidades. ¿Llegará un nuevo cambio en el siglo XXI?
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