Un efecto mariposa en 1956 provocó una crisis mundial cuando el presidente egipcio Gama Abdel Nasser nacionalizó el Canal de Suez. Como consecuencia, se paralizó el suministro internacional de petróleo y se desestabilizó la economía mundial.
Se produjo una carencia de carburante que, como está ocurriendo ahora por la guerra de Ucrania, incrementó el precio en todo el mundo y afectó especialmente a Europa. La situación obligó a los fabricantes de automóviles a buscar con urgencia soluciones válidas que se adaptaran a un nuevo escenario de crisis.
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La búsqueda de un coche que sirviera para satisfacer la demanda creciente de un utilitario asequible, de capacidad suficiente para una familia y con un bajo consumo, culminó con la llegada en 1957 del Fiat 500, todo un acierto obra del genial ingeniero italiano Dante Giacosa.
La réplica desde Inglaterra no se hizo esperar. En el departamento de desarrollo de la British Motor Company (BMC) en Longbridge, el ingeniero de origen griego Alec Issigonis trabajó con el máximo secreto en el proyecto ADO15. La idea era ya de por sí revolucionaria, porque el diseño se llevó a cabo de dentro a fuera del vehículo. Se pretendía así conseguir el máximo espacio útil en un coche que tenía que medir tan solo tres metros de largo.
Diferente a todos los demás
Pero Issigonis introdujo en su proyecto otras sorprendentes novedades técnicas que revolucionaron el mundo del automóvil. Salvando no pocas dificultades técnicas, ubicó el motor en posición delantera transversal. Justo lo contrario de los tres coches más populares en aquella época, el alemán Volkswagen Escarabajo, el francés Renault Dauphine y el italiano Fiat 500. Todos ellos disponían su mecánica y transmisión en una arquitectura de “todo atrás”.
Además, la propuesta británica consiguió un ahorro muy importante en el peso total del vehículo. Lo hizo gracias a unas ruedas de tamaño reducido (10 pulgadas), y al prescindir de una suspensión tradicional de amortiguadores con muelles. En su lugar, recurrió al efecto elástico de unos sencillos conos de caucho fabricados por Dunlop.
El brillante ingeniero acertó a la primera y, tras probar el prototipo, no hizo falta realizar ninguna modificación. Tan solo siete meses más tarde de iniciarse el proyecto, en agosto de 1959, se presentó a la prensa especializada el modelo definitivo. Tenía 34 CV de potencia y fue inicialmente comercializado bajo los nombres de Austin Seven y Morris Mini Minor. Sin embargo, al poco tiempo prevaleció la apelación Mini y esta pasó a ser la denominación definitiva del pequeño modelo, independientemente de la marca del grupo BMC que lo distribuyera.
Un modelo que generó muchas versiones
Muy ligero, extremadamente manejable, asequible y con un interior aprovechado al máximo, la popularidad del Mini estuvo asegurada. Sobre todo, cuando comenzó a destacar también en insospechados escenarios deportivos, donde asombró en 1964 al ganar por primera vez el exigente Rally de Montecarlo.
La popularidad del Mini se extendió a través de las fronteras y al tiempo surgieron diferentes variantes desarrolladas sobre la base original. Así llegaron los Mini comerciales (Van y Estate) y otras versiones de carrocería alargada para uso familiar o campero (Traveller, Countryman y Clubman).
Se encontraron soluciones tan sorprendentes como la versión Pick-Up, el vehículo de trabajo más pequeño del mercado. Y también una minúscula berlina con maletero separado (Hornet y Riley), además de exóticas transformaciones realizadas por diversos carroceros de los años sesenta y setenta. El Mini se convirtió en un pequeño deportivo cupé de dos plazas o en un desenfadado descapotable en miniatura.
Mención aparte, por su mayor éxito, merece el Mini Moke, un buggy playero de carrocería abierta y techo de lona que causó furor en las localidades más turísticas. Compitió directamente con el Citroën Mehari, de planteamiento similar.
BMW compró Mini
La concepción del Mini le valió a Issigonis el título de sir (caballero) en 1969, pero el éxito de aquel pequeño fenómeno con ruedas se prolongó hasta el año 2000. Con el final del siglo XX, cesó su producción después de haber vendido en todo el mundo más de 5,3 millones de unidades.
Británicos famosos como los Beatles, Eric Clapton o David Bowie, e incluso la propia Reina de Inglaterra, no dudaron en alabar al minúsculo automóvil. El Mini triunfó en la vida real y también en el cine, en películas como Un trabajo en Italia, protagonizada por Michael Caine, El caso Bourne o en la saga de Austin Powers.
La brillante historia del Mini tampoco pasó inadvertida para los directivos del grupo BMW, que adquirió la marca en 1994 con la idea de seguir explotando la idea y sumar así a su oferta un pequeño utilitario para estar presente en el segmento más compacto.
Para lograrlo, el grupo automovilístico alemán volcó toda su experiencia de ingeniería y lo puso al día con los últimos avances tecnológicos, pero respetando el concepto original, manteniendo las proporciones en el diseño y conservando también el nombre que dio origen al mito.
Un Mini eléctrico para el siglo XXI
El Mini del nuevo milenio desarrollado por BMW llegó en 2001 y pronto también fue diversificado en diferentes carrocerías de dos o cinco puertas, también con variantes cupé o cabrio y preparaciones deportivas que reciben el afamado apelativo Cooper. Y a día de hoy, seis décadas después del primero, el Mini se sigue fabricando en la planta de Oxford (UK) a un ritmo de 300 unidades al día.
Pero la historia prosigue. Y como hito más reciente, el Mini ha dado el salto a la electrificación, adoptando una mecánica sin emisiones que permite al icono sobre ruedas circular de forma limpia por las ciudades de todo el mundo y seguir exhibiendo su inconfundible imagen.
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