La llegada de la electrificación en sus múltiples formas al mundo del motor ha creado un panorama automovilístico mucho más diverso que hace unos años, hasta el punto de que incluso la terminología puede llegar a ser confusa para los menos versados en el tema.
De hecho, el aluvión de novedades ha hecho que hasta se modifiquen términos ya conocidos por el gran público, como es el caso de los híbridos. Nacidos de la mano de Toyota con el Prius, en los últimos años han diversificado su oferta, llegando primero los híbridos enchufables y más adelante los microhíbridos.
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Esto ha hecho que el término ‘híbrido’ haya pasado a ser una categoría en sí misma que agrupa a todos los tipos, necesitando una nueva denominación para esos híbridos clásicos. Ahora se les suele llamar por dos nombres, bien híbridos autorrecargables, bien híbridos eléctricos, aunque ambos se refieren a vehículos con un motor de combustión que cuenta con un pequeño motor eléctrico que asiste en momentos determinados. Este propulsor puede incluso mover el coche por su cuenta en situaciones muy concretas, y se recarga de manera automática.
Como contraposición, los híbridos enchufables disponen de un bloque eléctrico de mayor potencia y una batería de mayor capacidad, lo que permite circular en modo sin emisiones durante un mayor número de kilómetros y, además, pueden recargarse enchufándolos a una red eléctrica. Si homologan una autonomía eléctrica superior a 40 kilómetros, obtienen la etiqueta Cero de la DGT.
Los terceros en discordia son los microhíbridos, que cuentan con un apoyo eléctrico muy leve que ayuda a contener de manera muy ligera tanto los consumos como las emisiones.
Apasionado del motor desde pequeño, primero de las motos y después de los coches, con especial predilección por los modelos nipones. Lleva una década dedicándose al sector, formado primero en Autobild y desde entonces en el Grupo Prisa, probando todo lo que haga ruido... o no.