En los últimos años, una serie de modernos micro coches eléctricos se van abriendo paso en la oferta. Es el caso de los Citroën Ami, más recientemente su pariente Fiat Topolino o el recién llegado Microlino inspirado en el histórico Isetta.
La electrificación, la crisis económica o la nueva ordenación del tráfico urbano han dado una nueva oportunidad a estos vehículos utilitarios, de planteamientos minimalistas, que además ofrecen la ventaja de poder ser manejados sin carné al tener la misma consideración que un ciclomotor.
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Pero este fenómeno no es nuevo y, tras la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de vehículos asequibles hizo que ya entonces en diversos países europeos proliferaran este tipo de coches, cuyo diseño y abaratamiento los reducía a la mínima expresión.
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Apodado zapatilla
El ejemplo más representativo en España fue el pequeño Biscuter, popularmente apodado ‘Zapatilla‘ por su silueta que recordaba al de una babucha casera. Fue un vehículo que, durante aquellos años de desarrollismo económico, tuvo un especial protagonismo por las calles de las ciudades y marcó con su icónica presencia una época del automóvil en España.
Sin embargo, el origen de este cochecito singular hay que buscarlo en Francia. Y más concretamente en los planes de reconstrucción social que en aquellos años inquietaban al pionero de la aviación y también empresario Gabriel Voisin.
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Dedicado hasta entonces a la industria aeronáutica, había suministrado aviones de guerra al ejército francés durante la Primera Guerra Mundial, pero, horrorizado de la destrucción provocada durante el conflicto, se comprometió a que nunca volvería a fabricar ningún tipo de máquinaria bélica.
Reconvertida para el uso civil, la compañía Aviones Voisin se dedicó durante los años 30 a la fabricación de prestigiosos automóviles. Una actividad que también sobrevivió a la segunda hecatombe mundial, tras la que se dedicó a producir principalmente motores de aviación y otros más pequeños que suministraba a la marca de motos francesa Gnome & Rhône.
Carrocería de aluminio
Preocupado por la recuperación de la empobrecida sociedad de su país, el ya por entonces anciano empresario e ingeniero quiso dar un paso más allá y ofrecer un coche asequible a una inmensa mayoría de ciudadanos que no podían acceder a un vehículo de uso familiar de cuatro ruedas.
En el empeño para lograrlo, su incansable ingenio concibió el ‘biscooter’. Se trataba de un concepto de escúter desdoblado con una carrocería Potez de aluminio reducida a su mínima expresión, cubierta mediante una simple capota de lona y dotada de un parabrisas abatible y regulable.
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Para animarlo, recurrió a una mecánica ya probada en las motos Gnome & Rhône: un pequeño motor monocilíndrico de 125cc, lo que en aquellos tiempos permitía otra ventaja: poder conducir el vehículo sin necesidad de carné.
En 1950 el prototipo del Voisin Biscooter fue presentado en Salón de París con gran éxito entre el público, que se arremolinó en masa alrededor de ese pequeño coche de poco más de 2,5 metros de largo y que ya anunciaba un precio sin competencia.
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Fabricación española
Sin embargo, Gabriel Voisin ya había perdido hacia años el control de su propia compañía y los directivos al mando no se decidieron a lanzar comercialmente su original propuesta. Tras fabricar 15 ejemplares de preserie, el proyecto Biscooter fue cancelado y todo indicaba que para siempre.
Pero el destino quiso que no fuera así. Si Francia estaba en una situación de reconstrucción nacional tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial, España acusaba unas penurias aún mayores desde el término de la Guerra Civil.
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La necesidad de vehículos para motorizar a una ciudadanía muy empobrecida era acuciante y un grupo de empresarios españoles decidió comprar la patente del Biscooter, convencidos de su potencial en el incipiente mercado automovilístico hispano.
Para lanzar el vehículo en España, en 1953 se le renombró como Biscuter y se constituyó en Barcelona la compañía Autonacional S.A. Además, para poner en marcha la producción, contaron con la presencia del mismo Gabriel Voisin que, a sus 80 años, se implicó personalmente en la culminación de su proyecto desplazándose desde París al volante de uno de los prototipos iniciales de fabricación francesa.
Aparcar empujando
Por razones económicas y de logística, en la versión española el motor original Gnome & Rhône de refrigeración por aire forzado fue sustituido por un Hispano Villiers de 200cc y 9 CV con culata refrigerada por aceite. Aunque, a diferencia del anterior, no disponía de marcha atrás, por lo que esta modificación requería bajarse del Biscuter y empujarlo en las maniobras de aparcamiento.
El Biscuter marcó entonces un importante hito en la industria del automóvil española. Se vendía por 25.000 pesetas de la época (unos 150 euros actuales) y cubrió durante una década las necesidades de transporte básico de numerosos españoles.
Durante su vida comercial, incorporó distintas versiones adaptadas al uso, sumando a su catálogo formatos diferenciados: descapotable, familiar, furgoneta e incluso un cupé de aspiraciones deportivas que llevaba una carrocería de plástico más aerodinámica.
En total, la Autonacional S.A. fabricaría unas 10.000 unidades del Biscuter, que cumplieron hasta los años 60 su función de coche popular y muy económico. Y conviviría incluso algún tiempo en la calle con un rival imbatible, el Seat 600, el modelo que transformaría ya para siempre el panorama automovilístico español.
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