“La tendencia es a dormirse, por eso pregunto ahí dentro”, confiesa en el descanso entre clase y clase uno de los alumnos, supongamos que se llama Miguel, porque ninguno se anima a dar su nombre real.
–¿Pero se puede cruzar la línea continua?– se había extrañado.
Unos cuantos la cruzan a diario, una en la que pone en letras grandes “a mí eso no me pasa”, y a cambio ahora mastican 24 horas de curso repartidas en cuatro días para reaprender a comportarse al volante. El profesor de la autoescuela confirma que sí, que se puede atravesar para adelantar a un ciclista, y que es lo ideal en esa circunstancia: cuanta más distancia mejor.
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Miguel se separa de sí mismo y trata de explicarse, y entre palabra y palabra fuma y echa el humo sobre la mascarilla, cumplidor con los tiempos de pandemia, pero castigando los ojos. Dice que tiene 54 años, con voz ronca y un deje de qué le vamos a hacer, es lo que hay.
“Perdí todos los puntos del carnet por un tema de alcoholemia, un poco extraño, sí, pero fue por eso”. Y dice “extraño” porque ocurrió en el campo, hace ya tiempo. “A ver, fue en un camino, de manera tonta…, pero llegó el Seprona, el Seprona avisó a la Guardia Civil… Y claro, hubo sentencia judicial y retirada durante nueve meses. No respeté las normas y ya está”.
Está porque no le queda más remedio. Y así otros 40.000 conductores cada año (39.227 en 2019, informa la DGT), que han perdido el carnet por agotamiento de puntos –excesos de velocidad, uso del móvil, consumo de alcohol y cinturón de seguridad como causas más comunes– o a las bravas, por decisión de un juez después de haber cometido un delito contra la seguridad vial. “Si en 2006 venía aquí un 80% por alcohol y otro 20% por drogas –calcula más o menos a bulto un profesor de autoescuela–, ahora estamos 50-50. Pero hay gente que da positivo en todo, cánnabis, coca, anfetas, alcohol… Es la leche. Así la percepción del riesgo es complicada”.
Cualquiera de ellos, si quiere conducir de nuevo, ha de pasar por un curso de sensibilización y además “con aprovechamiento”, explicita la ley que regula los cursos desde 2005. A Miguel no le había hecho falta hasta ahora recuperar el carnet. “Me ha salido un trabajo y claro… Antes vivía en Sudamérica, venía unos días y me apañaba con mi hija. Por eso te digo que lo mío es atípico, de lo mío ya hace… cuatro años. Vivo en el campo y tengo un 4×4, lo cogí p’arriba y al final acabó la tontería de esa manera”.
Acabó que ahora son las ocho de la mañana en una autoescuela de Madrid, cerca de la estación de Atocha, y ocho alumnos fichan y miran a un profesor que combina el reglamento de circulación con chascarrillos de una juventud en Moratalaz –cerca de la capital–, de cuando “tener el carnet de conducir era un símbolo de estatus social”. Muchos conductores arrastran vicios al volante de aquella época y aquella superioridad moral, o los han heredado de sus padres. “Cuanta más experiencia tienes, más arriesgas. Por eso estáis aquí, porque habéis arriesgado más”, sentencia el profesor, como si ellos no lo supieran.
Una sentencia de ocho meses
Ocho alumnos, cinco quieren responder, algunos aprenderán la lección y otros no. La muestra es escasa, pero probablemente representativa. “No te digo que no vaya a volver a conducir después de beber, pero intentaré que sea con cuatro cervezas y no con 32”. Treinta y dos, dice José con la soltura de quien dice la verdad, camarero de 50 años. Lo de Javi, de 22, fue también por alcoholemia “más una infracción de tráfico”, asume. “Me salté un semáforo y tenía un coche de policía detrás. Me hicieron la prueba y di 0,48 [el límite en alcoholímetro es de 0,25 miligramos por litro de aire espirado], y al cometer la infracción con alcoholemia ya es delito. Me retiraron el carnet ocho meses por sentencia judicial”, resume. También se enfrenta al código penal quien sopla y supera los 0,60, y así le pasó a Carlos, de 23 años: 1,29 en un control rutinario [cinco veces más que el límite legal] y 10 meses sin conducir. Después de un café rápido, juntos vuelven a clase y van dejando un rastro de culpa, porque el curso les obliga a recordar y a dar la cara.
También literalmente: antes de regresar al aula pasan por el control biométrico (una foto con la webcam), porque la ley obliga. “Hace unos años nadie controlaba esto y firmaba Pedro por Juan”, se cuenta en el sector. Se sabe –y la historia pervive en internet– que esto procede de 2014, cuando un centro de Toledo facilitaba la vida a los jugadores del Real Madrid: estaban jugando en El Sadar o contra el Schalke 04 y a la vez, supuestamente, recuperando los puntos del carnet. “Del control biométrico no te puedes escapar. El otro día uno se empeñó en cambiar el coche de sitio en un descanso y ya no pudo entrar, porque pasaron 15 minutos y el sistema lo echó automáticamente. Hay gente a la que esto le sirve de aprendizaje y escarmiento, pero hay otros conductores a los que les da todo igual”, reconoce el propietario de la autoescuela de Atocha donde se imparte el curso.
A Daniel, 46 años y coctelero, lo cazaron circulando en su ciclomotor sin póliza (“no tenía para el seguro”) y necesita superar la formación para recuperar la licencia. Ahora lo contratará (“claro, claro”), pero la reflexión no va más allá: “Mira, tengo una niña de tres meses que no me deja dormir por la noche y vengo muerto. Pero mañana acabamos y tengo mi licencia”.
Delitos al volante
Uno de cada tres delitos que se comete en España es contra la seguridad vial. En 2018 se registraron más de 89.000 condenas, el 63% relacionadas con el alcohol o las drogas. Y aunque muy pocos conductores acaban en prisión –porque las penas son menores a dos años y los encausados no cuentan con antecedentes– actualmente hay 952 presos (el 2,3% de la población penitenciaria, con datos de 2018) castigados por atentar contra la seguridad en las carreteras.
Sebastià Sánchez Marín es responsable de la sección de Psicología del Tránsito y la Seguridad del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, y lleva desde 2006 actuando como formador y psicólogo en los cursos de sensibilización del Servei Català de Trànsit. En esos 15 años ha asumido que hay personas que no aprenden de los errores. “Muchos atribuyen todo los que le pasa a factores externos, a la mala suerte, al afán recaudatorio, al policía que les tiene manía… Y si ponen el acento fuera de ellos, no hay manera. Tiene que cambiar el mundo, ellos no”.
Cuando Sánchez Marín entra en un aula, se acerca a la pizarra y escribe y entre tanto pregunta, de espaldas (“¿Sabéis por qué estáis aquí?”), y luego se gira para que los alumnos lean la respuesta: “¡A mí no me va a pasar!”. Pero al rato entra alguien en silla de ruedas a la clase y refuta la idea: “¿Por qué estoy aquí, en una silla de ruedas? Por gilipollas, porque pensaba que a mí no me iba a pasar”.
“Yo creía que no iban tan borracho como para pegarme una leche”, admite Carlos, a pesar del 1,29 del alcoholímetro. “Son muy duras algunas imágenes que te ponen. Además vino un chaval en silla de ruedas… Yo el primer día salí con mal cuerpo”, reconoce Javi.
El chaval era Lázaro Rodríguez, de la Asociación para el Estudio de la Lesión Medular Espinal (Aesleme), que lleva dos décadas con mal cuerpo por culpa de un accidente de tráfico. Va y viene por colegios, academias militares, autoescuelas, cárceles y empresas, y habla de lesiones, barreras arquitectónicas y vidas atrapadas, de un pique en la carretera hace 21 años, un toque en la parte de atrás del coche, un barranco. “Cuarenta metros me despeñé para abajo. Me frenó un árbol y me fracturé las vértebras C6 y C7”, y el sopapo se lo llevan también los alumnos.
Lecciones aprendidas y olvidadas
“Muchos se quedan impactados, pero la verdad es que otros ven los cursos como una cosa natural. Cometen una infracción, recuperan el carnet y vuelven a lo mismo. Hay alumnos que me lo dicen: ‘Tú ya me diste un curso…’. Todavía queda mucho trabajo por hacer”, reconoce Rodríguez.
Miguel se apunta al carro de quienes han aprendido la lección. “Obvio, obvio. Mi carnet ya es un tesorito, pero eso no quita para que yo piense que debería haber una matización. Hay tasas que son tasas, pero a lo mejor con cierta tasa una persona no puede conducir y otra tiene aptitudes perfectas”, justifica, pero no se acuerda de la suya. “Ya te digo que hace años, esto fue en 2016. Pero bueno, está bien, si evitamos las muertes, pues las evitamos. El fin justifica los medios, es el sentido pragmático de la vida. A recibir un tirón de orejas y ya, porque lo mío fue un despiste. Iba despacio, pero se me metió en un agujero y acabó patas arriba. Ya bajé a pedir ayuda para levantarlo, sí, hasta que ya apareció la policía”.
Sebastià Sánchez Marín cree que estos cursos deberían parecerse más a una terapia que a una clase de autoescuela, porque las cosas se aprenden y se olvidan con facilidad. “Quienes han perdido todos los puntos llevan meses sin conducir y quizá tienen dificultades laborales, y en consecuencia problemas económicos y puede que familiares. Ya han hecho una reflexión y el curso les refuerza, pero ¿cuánto dura el empujón?”, se pregunta, y por eso pide acercarse al modelo francés, donde “el formador está acompañado por un psicólogo” todo el tiempo. “La propia ley indica que debe procurarse un cambio de actitud, pero no tenemos herramientas para hacerlo”, se lamenta Sánchez Marín.
Sobre todo cuando existe un problema de adicción. “A mí me duele en el alma cuando alguien me abraza y me dice que le he hecho reflexionar, y me cuenta que por culpa del alcohol ha perdido a la familia. Pero a la mañana siguiente el pulso le tiembla y vuelve a beber. Y ahí deberíamos tener un camino establecido para enviar a una terapia a quienes lo necesiten”, pide el psicólogo catalán.
“No somos robots”
Era 2019 y el camarero José salía de trabajar, llevaba una moto de alquiler y se topó con un control. “Vale, vale –le dije al policía–, pero te voy a reventar el cacharro. Son las cinco de la mañana, he salido de currar y voy a dar positivo. Soplé, me quitaron la moto, hubo un juicio rápido y la sentencia fueron ocho meses de retirada. Oye, creía que iba bien, pero di 1,16. Un montón, vaya”, recuerda, y le da un tiento al café y continúa: “Si lo puedes evitar, lo intentas evitar. Que alguna vez pasa, pues claro que pasa, no somos ni perfectos ni robots ni nada. Pasado mañana a lo mejor me tomo cuatro cañas y me cojo el coche… Seguramente. Pero procuraré que sea con cuatro, no con 32. A la quinta diré, oye, ‘quieto parao’, deja el coche. Claro que te sensibilizas, pero cuando pasen dos años o cinco años pues seguramente se me habrá olvidado. Y eso te cuento, que tenemos que entrar otra vez”.
Dos maneras de perder el carnet de conducir
La segunda posibilidad es una sentencia judicial, cuando se ha cometido un delito contra la seguridad vial. Si la condena es igual o inferior a dos años, es obligatorio superar “con aprovechamiento el curso de reeducación y sensibilización vial”, pero no es necesario examinarse. Cuando la condena supera los dos años, en cambio, hay que matricularse en el curso y además aprobar el examen. En este caso, el conductor dispone de un saldo de ocho puntos.
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Periodista especializado en seguridad vial. Editor y redactor de El Motor desde 2016. Empezó a escribir de fútbol en 1998 en Diario 16 y ha trabajado en varios proyectos de Prisa Media desde 2000. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, es autor de ‘Aquí no se rinde ni Dios’ (2020).