El final de los motores de combustión no será tan brusco como se anunciaba. Europa hará una excepción y, tras la fecha prevista del año 2035, los motores térmicos podrán seguir funcionando, pero bajo la condición de que utilicen carburantes sintéticos, también conocidos como e-fuels.
Este tipo de combustibles no están derivados del petróleo y, en su fabricación, presentan un balance neutro en CO2. Y lo consiguen siguiendo un proceso industrial completamente diferente del que se aplica en las refinerías clásicas de crudo.
Para empezar, la energía usada es electricidad limpia, obtenida a partir de fuentes renovables como la eólica o la solar. A continuación, esa energía se aplica en la obtención de hidrógeno descomponiendo las moléculas de agua (hidrólisis).
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Base de metanol
Al mismo tiempo, la instalación productora de carburante sintético o e-fuel captura el CO2 libre en la atmósfera, purificándola, para acto seguido combinarlo con el hidrógeno y así obtener metanol, la base del nuevo combustible.
Al poseer una base alcohólica, el carburante sintético resultante no emite los mismos contaminantes nocivos que los derivados del petróleo durante su producción, pero no menos importante, tampoco lo hacen durante su combustión en los motores, resultando más inocuo para el medio ambiente.
La idea de utilizar compuestos alcohólicos como carburante no es nada nueva, porque Nikolaus Otto, el inventor del motor de explosión, ya contaba con hacer funcionar su invento mediante el etanol obtenido de la madera.
Rudolf Diésel, por su parte, ideó la mecánica que lleva su nombre pensando en que productos como el aceite de cacahuete servirían como combustible. Y el primer coche popular fabricado en serie, el histórico Ford T, también podía funcionar con bioetanol de origen vegetal.
Biocombustibles: ¿qué significan?
Pero ¿qué son los biocombustibles y qué ventajas aportan? Hay que separar a los biocarburantes convencionales de los avanzados, más modernos y también llamados ecocombustibles.
Los primeros son el bioetanol, que se añade en diversas proporciones a la gasolina derivada del petróleo, y el biogasóleo, que puede sustituir al gasóleo convencional en los motores diésel.
El primero se extrae por fermentación del azúcar contenido en diversas plantas (caña o remolacha, por ejemplo) o del almidón contenido en los cereales (trigo, maíz), mientras que el biogasóleo se obtiene por otro proceso químico de otros vegetales de tipo oleoso (colza, girasol, soja, palma).
Sin embargo, estos aditivos o sustitutos de los combustibles derivados del petróleo plantean importantes problemas de sostenibilidad, porque solo pueden producirse en una cantidad limitada al detraerse de los recursos alimentarios. En 2015, la Unión Europea fijó en un máximo del 7% la proporción en que pueden complementar a los combustibles convencionales.
De segunda generación
Es aquí donde entran en juego los biocombustibles avanzados o también llamados ecocombustibles, con la diferencia de que no perjudican a la cadena alimentaria. Se fabrican con residuos agrícolas, deshechos de explotaciones forestales o de algunos cultivos herbáceos específicos como el miscanto.
Además, tienen la ventaja de que también se pueden obtener reciclando otros productos de deshecho, como residuos urbanos, plásticos o aceite usado.
Los ecocombustibles aventajan a los biocarburantes convencionales en que su materia prima es más abundante y no plantea restricciones, al tratarse de excedentes vegetales no comestibles. El coste es bastante menor y que aportan un balance medioambiental más positivo.
Los biocombustibles avanzados o ecocombustibles también se dividen en los mismo dos grupos principales, el bioetanol y el biogasóleo, pero en este caso distinguidos con el apellido ‘de segunda generación’. Al igual que en el caso del convencional, el primero es un alcohol que se añade a la gasolina derivada del petróleo para reducir su impacto medioambiental.
El biogasóleo, por su parte, sirve para suministrar un combustible de origen vegetal a los motores diésel. Y a los dos anteriores habría que sumar también el bioqueroseno, también obtenido por similares y avanzados procedimientos industriales, pero como combustible de elevado octanaje destinado a los motores de aviación.
Aptos para todos los vehículos
Según los datos de la Agrupación Española de Vendedores al por Menor de Carburantes y Combustibles (Aevecar), este tipo de carburantes líquidos no fósiles reducen hasta 800.000 toneladas al año las emisiones de CO2 por cada 1% de ecocombustible que se añada a los carburantes convencionales obtenidos del petróleo.
Y la reducción se aplica tanto a los vehículos nuevos como antiguos, incluyendo coches, motos, camiones y autobuses. De hecho, los carburantes habituales ya contienen en su composición genérica un 10% de ecocombustibles, lo que reduce en conjunto y de forma importante su impacto contaminante en la atmósfera.
Neutros o bajos en emisiones de CO2, los combustibles líquidos sintéticos de última generación o e-fuels posibilitarían así seguir utilizando después de 2035 los vehículos con motor de combustión, reduciendo drásticamente el impacto atmosférico de las energías fósiles.
Ahora la pregunta es a qué precio, puesto que resultan más caros de producir y, para que sean rentables y puedan servir de manera generalizada, la industria tendrá que buscar la manera de reducir esos costes de fabricación.
Y los biocarburantes por su parte pueden ayudar mientras tanto a seguir utilizando los vehículos actuales para recorrer de una forma más limpia la transición hacia las energías renovables y a la espera de que se la electrificación del transporte termine de desarrollarse y se haga accesible para la mayoría de los usuarios.
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